A diferencia de otras latitudes, la labor de investigación científica en América Latina se lleva a cabo preferentemente por medio de instituciones y recursos del sector público. Ni las empresas privadas ni las fundaciones son relevantes a este respecto en nuestra región. Por lo menos hasta ahora.
Por tal motivo, al momento de preguntarnos por las formas y mecanismos que se ponen en juego para dar cuenta de los resultados de este quehacer, resulta curioso y hasta sorprendente el hecho de encontrarnos con evidentes paradojas y limitaciones, lo cual revela la escasa atención que aún se presta a cómo debería entenderse y practicarse una adecuada comunicación científica, en especial por parte de las universidades, sin duda, la principal área de ejercicio de la actividad investigativa en nuestros países.
Sobre estas limitaciones y contrasentidos, quiero aprovechar este espacio para ir exponiendo regularmente varios aspectos que caracterizan el extravío y la insuficiente capacidad de puesta en valor social de los datos y textos provenientes de los laboratorios y escritorios de nuestros investigadores e investigadoras. Si bien esto no pretende cambiar radicalmente la situación, al menos aspiro a que estas ideas sean vistas y reflexionadas por nuestros ámbitos científicos y de la comunicación social académica. Veamos si algo de ello resulta.
Acudiendo a mi experiencia como editor académico, un primer asunto a reconocer es la diminuta presencia del tema de la comunicación científica en las casas de estudios superiores latinoamericanas. Es claro que no se trata de generalizar–pues RedALyC, en México, o lo que viene realizando Colciencias en Colombia, sin olvidar a SCIELO, a nivel más general–son esfuerzos a destacar en el tema que nos ocupa.
Al margen de estas u otras excepciones, lo corriente es encontrar un contexto poco expectante. Digamos que el tópico aflora cotidianamente, sólo que, al no ser tratado como corresponde, a saber, como ámbito vital en las comunicaciones de la institución, se aborda como cosa aislada, como asunto particular que alguien debería acometer y “solucionarnos”.
Unos creen, entonces, que el asunto es problema de los servicios de bibliotecas; otros, que lo deben tomar los periodistas contratados para las comunicaciones corporativas; no faltan los que aspiran a corregir el embrollo creando un medio, una revista, o editando un libro. Es más, incluso llegan a proponer y a inventar editoriales o secciones de publicaciones.
Tampoco faltan “soluciones” como contratar difusores que diseminen las novedades en los medios públicos. A fin de cuentas, muchos ya cansados de tanta ineficiencia, se aburren u optan por trabajar con la industria editorial establecida. Así, se hacen acuerdos muy poco ventajosos con editoriales comerciales que les prometen el cielo y la tierra; o se vinculan con entidades del negocio de la difusión científica, esto es, editoriales (muchas de ellas de dudosa reputación) que les aseguran colocar su producción en revistas de alto impacto e indexadas en plataformas de primer orden, como Scopus, Thomson Reuters (ISI), etc.
Como se ve, un amplio ramillete de experiencia fallidas y ofertas de supuesto alto nivel. Después de un tiempo, y dados los magros resultados, se acudirá a otras alternativas sin que jamás el debate por la comunicación científica en la universidad sea enfrentado con seriedad. Seguiremos…
Manuel Loyola es Doctor en Estudios Americanos en la Universidad de Santiago de Chile. Es editor de la revista RIVAR y la revista Estudios Avanzados, y es miembro del Consejo Internacional de RedALyC. También es integrante del Comité Editorial de Open Library of the Humanities.